La intervención se realiza en la iglesia del antiguo convento de los Mínimos de la ciudad, con el propósito de adaptar su uso al de centro cultural.
Se accede al conjunto desde la plaza de la Victoria a través de la antigua portada del convento, al atrio que se encuentra a los pies de la iglesia.
Desde el atrio, el acceso al edificio se realiza a través de una pieza de una altura que se sitúa en su flanco derecho, continuando la nave lateral de la antigua iglesia, como sala destinada a exposiciones. La antigua entrada desde el atrio a la iglesia queda cancelada, ocupada por un volumen abocinado revestido en piedra y cerrado en su frente con vidrio, que avanza hacia el atrio recordando la arquitectura silenciosa del portugués Álvaro Siza.
El punto de partida de la intervención era enormemente abierto, pues la iglesia se encontraba en un estado ruinoso, habiendo perdido incluso la bóveda que cubría su nave central. Se vuelve a cubrir el espacio de la iglesia con una nueva estructura que recuerda al casco invertido de una embarcación, que arranca de los antiguos arcos que se conservan en el lado norte de la nave, y se apoya puntualmente en el lado Sur, permitiendo la entrada de luz a través de un hueco horizontal.
El espacio de la iglesia queda destinado a sala de conferencias, que se ocupa en la nave central y en los dos brazos del crucero. A la nave se abre un nuevo acceso a la calle desde el tramo de nave lateral que antecede al crucero en el lado sur. En el lado opuesto a esta escalera, se introduce una liviana escalera que conduce al nivel superior. A los pies de la iglesia, el muro se perfora de manera azarosa, y en su encuentro con el lateral de la nave, se resuelve con un expresivo pliegue.