Se trata de la adecuación de un local en la planta baja de un edificio residencial preexistente, construido en la década de los años ochenta, que ofrece su fachada principal hacia la calle Tamarindos de Cádiz.
La clínica resulta un ejercicio notable en el empleo de los materiales y el aprovechamiento de los condicionantes que aporta el edificio preexistente. Para el cerramiento se emplea un anodino bloque prefabricado de hormigón estriado verticalmente y de color gris, que adquiere un nuevo valor, casi pétreo, al aparejarse la fábrica a soga y sin traba, dejando continuas las llagas verticales.
En este paño continuo se recortan los huecos, que marcan dinteles, jambas y alféizares con una losa de piedra caliza. Las carpinterías empleadas son de acero inoxidable, y su brillo ofrece un marcado contraste con la rugosidad del muro. Este manejo del material se acerca prácticamente al bricolage en la resolución del acceso principal a la clínica, donde la fachada se retranquea dejando un pequeño zaguán, hacia el que miran dos huecos en esquina y en el que se integra, con naturalidad, un pilar revestido de piedra.