El emplazamiento elegido era inmejorable, un amplio solar, llano y apaisado, enmarcado por el río Guadiaro y el Estrecho, en un entorno natural de pinos y palmeras, donde el arquitecto debía desarrollar un proyecto, en extensión y altura, que atendiese a las necesidades y servicios que el club requería.
El edificio, con orientación norte-sur, se presenta conformado por varios volúmenes blancos rectangulares, relacionados entre sí mediante patios, los cuales se van extendiendo con un sentido ordenado para ir organizando las distintas dependencias requeridas para su uso. Es una arquitectura cercana al Estilo Internacional, de proporciones geométricas fácilmente aprehensibles, de claridad visual y de inmediata comprensión.
Está concebido como un juego de volúmenes desnudos y planos yuxtapuestos, caracterizado por una marcada horizontalidad en sus fachadas, acusado por el empleo de voladizos de grandes dimensiones creando espacios de sombra, y por una cubierta totalmente plana. Las confortables terrazas que recorren de un extremo a otro la cara norte y la continuidad acristalada de los ventanales, permiten disfrutar de las vistas y del juego.
La entrada al club alude a patrones del lenguaje clásico. Precedida por un porche porticado con cuatro columnas clásicas y tres arcos de medio punto, comunica con un patio ajardinado y con la portada principal.