La ruptura con la ortodoxia purista del movimiento moderno tiene un claro exponente en esta obra, en la que el arquitecto da respuesta al lugar, un paisaje de monte bajo topográficamente movido, y a la tradición, el peso de la arquitectura vernácula andaluza, mediante un proyecto que aúna énfasis funcionalista y compromisos contextualistas. Se trata de un fructífero intento de enriquecer desde la heterodoxia el excesivamente rígido y anquilosado repertorio racionalista, en línea con las investigaciones que arquitectos nórdicos como Jacobsen desarrollan en estos años.
El edificio dibuja una planta en la cual, a partir de un espacio central destinado a recepción y servicios, surgen dos amplias alas formadas por estancias independientes destinadas a habitaciones. Estas habitaciones se van desplegando de forma escalonada adaptándose a la topografía y buscando el control de la fuerte irradiación solar mediante la reducción de los huecos y la profundidad de los alojamientos que, por otra parte, cuentan con pequeñas parcelas ajardinadas independientes para permitir a los ocupantes disfrutar con privacidad del aire libre.
El alzado, en una sola altura, se adapta mediante terrazas a los desniveles del terreno observándose una sección con variada gama de soluciones constructivas. Las cubiertas inclinadas de tejas y los paramentos blancos constituyen discretas referencias a lo local.