El mercado de abastos de Algeciras constituye una muestra destacada de la arquitectura moderna en España, fruto de la experimentación en el empleo del hormigón armado, y coetáneo de obras destacadas del mismo autor, como el Frontón de la calle Recoletos y el Hipódromo de la Zarzuela en Madrid.
Como tantas veces ha ocurrido en la reciente historia de la arquitectura, la figura del ingeniero supone el impulso de la seguridad en las nuevas técnicas y la paralela adopción de un lenguaje formal vinculado a éstas. Haciendo referencia a los llamados “mandamientos estéticos de la obra de Eduardo Torroja”, según los formulaba el ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez, se concretan en este caso en la evidencia de la “verdad resistente”, y de la “simplicidad formal”.
Torroja reinterpreta en Algeciras la centralidad clásica con acierto mediante la utilización sin prejuicios de las nuevas técnicas, para construir una cúpula a partir de una membrana de hormigón armado de un espesor mínimo de ocho centímetros, que aumenta hasta los cincuenta centímetros en los apoyos. Esta cúpula cubre un espacio rotundamente centralizado y único, salvando una luz de 47,80 metros con un radio de curvatura de 44,10 metros. En la clave de la cúpula se abre un lucernario de planta octogonal y diez metros de diámetro medidos a sus vértices, formado por piezas de vidrio entre nervaduras de hormigón, que ilumina el interior del edificio junto a los hastiales entre apoyos. Estos hastiales surgen en la resolución del borde de la cúpula mediante bóvedas radiales que desde los apoyos se proyectan hacia el exterior en voladizo.
Se consigue así una estructura limpia y diáfana que descansa exclusivamente en ocho puntos y que basa su estabilidad en la existencia de una potente viga de arriostramiento que conecta la parte superior de los soportes. El encuentro de los soportes con los apoyos de la cúpula y la viga de arriostramiento, enormemente complejo a nivel constructivo, resuelve además la evacuación de aguas de la cubierta hacia el interior del pilar. La complejidad de este punto se formaliza en un capitel de clara influencia art decó, que constituye junto al diseño del cerramiento de los hastiales una de las pocas concesiones estéticas del proyecto.
La organización interior del mercado resulta de una enorme sencillez, en concordancia con la pragmática resolución estructural del proyecto. Cuatro calles radiales parten desde las cuatro puertas del edificio hacia una plaza central, donde se sitúa el puesto de venta de flores. Dos calles concéntricas interiores terminan de organizar los recorridos, que comunican un total de 36 puestos periféricos y 64 puestos interiores.