Un barrio extramuros, de nueva creación, para cuatro mil personas se concibe como una pequeña ciudad autónoma.
Asumida una elaborada tipología de viviendas en bloque H, se alinean en dieciocho prismas tendidos alrededor de un ágora donde se establecen las relaciones cívicas, cuyas singularidades volumétricas las personalizan y distinguen de la ordenación habitacional.
Desde la forma aparentemente arbitraria de la piscina hasta la concepción centralizada de la iglesia, todos los elementos y espacios quedan estudiados con decidida intencionalidad.
Los nuevos conceptos de liturgia eclesiástica se introducen para entender el edificio de la iglesia como un espacio asambleario irradiante en todas direcciones y atrayente en su centro donde se coloca el altar. Un cerramiento acristalado bajo una cubierta de brillante madera que se apoya en cuatro dados anclados en agua acentúa las sensaciones ingrávidas.
El campanil, no sólo referenciante de la iglesia con respecto al barrio sino de este con la ciudad, se alza según dos láminas alabeadas de hormigón, en símil de las Tablas de la Ley, con la abstracta escritura de sus mandamientos.